14/05/2016 ~Francisca & Roberto~

Hubo un tramo de meses en lo que estuvimos separados con Nacho, mi novio. Pero había aún mucha gente que pensaba que estábamos juntos, y en realidad nos seguíamos queriendo.
Esta fue una de esas ocasiones. Los novios no sabían que ya no estábamos juntos pero nos invitaron como pareja. Yo no los conocía mucho, pero habían sido miembros de la iglesia de Nacho hacía un tiempo, y consideraron importante invitarnos, cosa de lo cual me siento muy agradecida y honrada, porque las invitaciones a una boda no son nada sencillas.
Accedimos a ir porque sabíamos que era una instancia importante, y pues si yo no iba, sería demasiado notorio que no queríamos ni vernos y ese no era el caso. Así que fuimos.
Nos fuimos con los papás de Nacho, hacía frío y tenía mucha cara de llover.
No recuerdo con que vestido fui, pero probablemente fui con el vestido que mi mamá me había comprado, que yo no quería mostrar y escondía bajo un abrigo.
Cuando llegamos al lugar ya estaba lloviznando.
Se abría ante nosotros un patio enorme, con muchos arbustos y algunas pequeñas construcciones, que parecían ser la casa y un salón.
Cuando comenzó a llover de verdad, nos refugiamos todos bajo el techo de estas casitas, y se dio la oportunidad de interactuar más con desconocidos. Cerca del salón grande había un cordero asándose, parecía que la comida se venía fantástica.
Así comenzó a pasar la hora, y la hora y la hora. Y nunca nos llamaban a la ceremonia. Pasaron horas hasta que pudimos entrar al salón a la ceremonia, por supuesto, el papá de Nacho presidía la boda, y lo hizo con tranquilidad como siempre. Una ceremonia muy sencilla pero emotiva, dándole prioridad a los novios.
Cuando pudimos comer ya nuestros estómagos estaban reclamando hace mucho, así que disfrutamos plenamente de la comida. Curiosamente el cordero nunca llegó. Lástima.
Luego vinieron los postres y el ansiado cafecito.

Comentarios