13/01/2018 ~Elizabeth & Ignacio~





¡Al fin, al fin, al fin!
Si ya han leído todas las entradas anteriores, probablemente tengan una pequeña idea de lo que ha sido nuestra relación con Ignacio. Pero he aquí un poco más de contexto.

La primera vez que vi a Ignacio, él no lo hizo. La segunda vez fue en -adivinen- campamentos de Verano y ahí tuvimos algún tipo de interacción, pero prácticamente nula. Cabe destacar que a mi me llamó inmediatamente la atención su forma de ser, y si, su físico. Por su parte, no me notó hasta que toqué la guitarra la última noche. No volvimos a interactuar hasta el día en que llegó de colado con unos amigos al café donde yo trabajaba y tuvimos, por primera vez, el tiempo de conversar.
Desde ahí mantuvimos la comunicación. Comenzamos a participar de tocatas juntos, de retiros, de distintas actividades de la iglesia y nos fuimos conociendo. A mi me gustaba cada día más. Sus convicciones, su vida interior, su paciencia y tranquilidad me capturaron profundamente.
La foto "desordenada" de nuestra mesa.


Gracias a la benevolencia de Dios, yo también le gustaba. Sin embargo, su confesión de amor fue sorpresiva e impactante no sólo por el hecho de que yo le gustara si no porque junto con ello iba también una clara declaración de querer casarse conmigo.
Yo jamás me había encontrado un tipo así de seguro, y naturalmente la cosa me chocó. Yo veía todo como una especie de amor de verano, pueril e incluso pasajero.
Pero afortunadamente, el se mantuvo firme y logró que yo también permaneciera (¡gran valor!). Así pasamos seis años juntos. "Juntos" en el sentido que se pueda imaginar. Salir, tener citas, tomarse las manos, planificar juntos una vida. 
Los guapos caballeros de honor: 4 hermanos y un amigo.


El intentó pedirme varias veces matrimonio de manera oficial (poniéndose de rodillas y todo eso), pero yo me negaba y le tapaba la boca. No me sentía preparada, entre otras razones importantes. Pero no me gustaba no tener ningún nombre, así que un día me animé a pedirle pololeo. Su reacción fue de "Oh, no". Me sonrió débilmente y me dijo que lo esperara.
Como era de costumbre, el esperar significaba que yo me desesperaba esperando y tenía que presionarlo. Así que pasada una semana, lo confronté con el tema, a lo que él respondió con una especie de lamento. Subimos a mi pieza en silencio, y mientras yo pintaba unos pequeños dibujos, él sacó una cajita del pantalón y se arrodilló.
Mi reacción fue inesperada para mi misma. Había pasado años sabiendo que él eventualmente haría eso, que desde que se confesó quería casarse conmigo...y sin embargo me encontró tan de sorpresa que exploté en llanto.
Era tanta emoción. Habíamos pasado tantas cosas. Dije que si y me probé el anillo. 

...
El momento que no olvidaré

Me quedaba absurdamente grande, pero ese es un pequeño detalle.
Un mes después de la propuesta, habíamos terminado seriamente por primera vez. Fue muy doloroso, pero se puso peor mientras pasaron los meses.
Seis meses después de romper, nos encontramos en un café a conversar y le dije que yo lo quería. Seis meses más, y volvió a pedirme matrimonio. Esta vez si fuimos en serio, trabajando con todo, poniendo todo nuestro amor. Y lo logramos.
Nos casamos dos días después de que yo cumpliera 27 años, y fue la boda más hermosa a la que he ido.
No podíamos creer que hubiera llegado el día. Nos mirábamos a cada rato sorprendidos de lo que estaba pasando. 

El matrimonio tuvo un montón de momentos fantásticos, quisiera describirlos todos pero no alcanzaría. 
¡Desorden y alegría!

Partiendo por la ayuda de nuestros padres, el hecho de que mi vestido me lo regaló mi mejor amiga de la infancia, tuve a un doctor en física y al Minsi haciendo líquido no newtoniano, amigas que prepararon sorpresas, bañarnos en la piscina y mucho mucho amor de parte de todos. 
Habiendo pasado más de un año de la boda, aún a veces nos miramos y nos decimos "nos casamos". Y la experiencia ha sido irremplazable.
Pareciera que ahora que somos uno, la bondad de Dios se hace más evidente.  
Tratando de hacernos las pinterest.

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