//2019 ~Gabriela & Bastián ~

 Todos los matrimonios son especiales, y ninguno es igual al que pasó ni al que vendrá. 
Habíamos sido invitados (¡Yey!) a esta boda y estábamos muy contentos por ello...pero era en Perú. Sacamos las cuentas en cuanto pudimos y lamentablemente comenzamos a darnos cuenta que seguramente no podríamos ir. Esas son las cosas que suceden cuando uno se casa con alguien que vivía relativamente lejos de donde uno solía hacerlo. Bastián, amigo de años de mi esposo había decidido unir su vida a Gabriela, quién vivía en el país vecino, Perú. 
    Realmente teníamos muchísimas ganas de ir, pero al final de los meses confirmamos que no podríamos. Sin embargo, una luz de esperanza se encendió. La feliz pareja planifica hacer una ceremonia post matrimonio (no sé bien cómo llamarle a una ceremonia así) para poder festejar con los amigos y familiares chilenos pobres (hay que decir la verdad no más).  Y así fue. 
Un día Domingo MUY frío decidieron hacer este festejo aquí en Chile. Ese día estábamos en casa de mis suegros "celebrando" también, pero no contaré qué porque no tiene un final feliz. De todas maneras, si puedo decir que fue triste porque había mucha comidita y tuvimos que medirnos para no llegar tarde a la fiesta que era bien lejos de donde nosotros estábamos. Habíamos llevado nuestra ropa elegante, nos cambiamos ahí y partimos.

    Fuera de todo pronóstico, llegamos con bastante tiempo de adelanto, así que caminamos lentamente por el lugar y aprovechamos de pasar a un negocio que había por el barrio (por el cual jamás había andado) a comprar provisiones para nuestro hogar. Leche condensada, confort y otras cosas de primera necesidad. 

    Cuando por fin se hizo la hora de poder entrar, nos encontramos con una pequeña y acogedora iglesia en medio de un barrio muy residencial. Por supuesto, éramos de los primeros en llegar, pero yo necesitaba refugio y techo porque me estaba congelando, así que cuando entramos todavía estaban finalizando los últimos preparativos, decorando las sillas y todas esas cosas bonitas. Nos sentamos en la penúltima fila de sillas y dejamos que el reloj avanzara, mientras de a goteo iban llegando los otros invitados y los saludábamos tímidamente. Aprovechamos de sacar algunas fotos con el celular de Nacho, y yo trataba de esconder mis uñas con manicura permanente porque el mismo día me las manché -permanentemente-con betarraga de la ensalada. 

    Conocíamos a muy poquitas personas, a diferencia de las otras bodas a las que hemos ido, pero de todas maneras éramos un número reducido. 

  

Los recién casados se hicieron esperar, pero nada terrible. Cuando llegaron se veían radiantes y no podían estar más dichosos. Su alegría se contagió en el ambiente y sus sonrisas iluminaron toda la sala de los invitados. 
    En la ceremonia el pastor tampoco sabía muy bien cómo llamarle a lo que estábamos haciendo, así que lo nombró como una "ceremonia de testimonio de amor". Poético. Yo siempre pensé que ellos se volverían a casar aquí en Chile (como lo hicieron Ruthy y Pupa) pero esto era diferente, y en algún sentido me pareció que tenía toda la lógica del mundo. ¡No te puedes casar dos veces! Por si te casas una vez...pues, ya estás casado, ¿no? Así que me gustó mucho el concepto de ellos y su honestidad.

    La ceremonia fue como un culto de domingo de la iglesia: cantamos, hubo predicación, hubo palabras de agradecimiento. Fue muy agradable, sencillo y tierno. Ese ambiente me gustaba mucho.

    Luego de eso, nos pidieron que saliéramos unos minutos (¡no, por favoooor!) y ahí pudimos hablar con algunos de los invitados que no conocíamos y conocerlos. Incluso pudimos hablar mucho el pastor, porque se conocían relativamente con Nacho y pudieron ponerse al día con las cosas de su vida, presentarme a mi como su esposa y él se dio la licencia de darle muchísimo ánimo y coraje para cuando Nacho fuera pastor.  

    Al volver a entrar (¡Yeeey! otra vez) habían desaparecido las sillas y ahora todo eran mesas con comida deliciosa, jugos y actividades para dejarles algún recuerdo a los esposos. 

    Nos lanzamos de cabeza a la comida porque a esa hora ya hacía muchísimo apetito, y disfrutamos de todo lo que había. Toda estaba realmente delicioso y hecho con mucho amor. Aprovechamos de conversar con algunos buenos amigos con los que nos habíamos encontrado y por supuesto, pusimos fecha para vernos y juntarnos en alguna de nuestras casas de esposos. Junta, que por si alguien se lo pregunta, nunca se concretó. Bueno, quedará pendiente para algún día. 

    Pudimos escribirles en un librito que tenían y recibimos de recuerdo de la ceremonia de testimonio de amor un pequeño frasquito en donde colgaba dentro una foto de ellos en forma de corazón. Ah, y también tenía unas estrellitas plateadas dentro. 

    Cumplida la hora del final, tomamos nuestras mochilas gigantes con las que habíamos ido, luego la micro, y nos fuimos felices por Avenida Grecia por la tarde que Dios nos permitió disfrutar. Lo mejor de ese momento fue prender el calientacamas unos minutos antes de cambiarse de ropa, y luego zambullirse en la cama y el abrigo de mi amado. 


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