Hay algo que no he contado. Leyendo la entrada anterior se podría pensar que toda mi vida seguía más o menos como siempre. Pero eso no es verdad. Ya no soy parte de Roca Grande, ahora soy parte de la iglesia de mi suegro. La situación no ha sido fácil pero no es tema de este blog.
Hace poco tiempo llegó una pareja joven de pololos con deseos, no solo de congregarse, sino que también de casarse. Se llamaban Anaís y Esteban. Hablaron con el pastor (mi suegro) contándole sus intenciones y el plan se puso en marcha.
Me propuse acercarme a ellos para conocerlos y tratar de que se sintieran bienvenidos. A grandes rasgos venían buscando una iglesia sana, huyendo de los bodrios que usualmente uno se encuentra en muchas iglesias evangélicas de Chile. No sé bien cómo llegaron a parar aquí, pero debo confesar que me sentìa muy tentada a decirles que se fueran a Roca Grande pero me contuve y me contendré al respecto.
La foto favorita de la novia
Ella es profe de lenguaje y él...no estoy segura, pero sé que le encanta hacer ejercicio. Teníamos muchas ganas de poder compartir con ellos y conocerlos más, así que los invitamos a tomar oncesita. Resultó en una grata sorpresa en varios sentidos pero mencionaré dos importantes. La primera es que trajeron un postre exquisito entero para compartir. Nacho estaba rebosante. Lo segundo fue que llegaron con la idea de que intercambiáramos libros entre nosotros y habían traído un par para ejecutar el plan. Me pareció una tremenda idea y estuvimos hablando mucho sobre libros esa tarde. Hecho el intercambio, aún tengo sus libros. Anaís me pasó dos y he leído solo uno hasta ahora.
¡No se puede estar más feliz!
Al hablar con ellos me pareció evidente que necesitaban ayuda para concretar su boda sin tanta dificultad. Así que le ofrecimos lo que pudiéramos hacer por ellos. La ceremonia se haría en nuestro templo y Yo ofrecí encargarme de la decoración y la música. Pusimos pompones de color damasco y blanco, al igual que unas guirnaldas de pequeñas flores con los mismos colores que quería la novia.
El día que ordenamos nos quedamos hasta la madrugada trabajando y ellos nos dejaron en nuestra casa a la vuelta. Yo estaba un poco nerviosa porque además de ayudar decorando me pidieron que hiciera mi clásica aparición en las bodas: cantar.
Me calzé mi vestido negro de Nicopoly, aquel que era idéntico al de mi matrimonio civil pero en negro. Quizá era un poco corto, pero se podía arreglar visualmente con unas sandalias bajas que no llamaran tanto la atención a mis piernas. Como suele sucederme, no alcancé a peinarme.
Atrás se ve mi cara de felicidad por lo feliz que estaban los novios de al fin poder casarse.
La recepción se hizo en un hotel en Providencia, así que partimos para allá en el auto de, adivinen quién, mi mami. Allí ya podíamos relajarnos y disfrutar de los placeres terrenales que ofrecen los matrimonios. En esta ocasión destacaré lo deliciosas que estaban las bebidas, en particular, las piñas coladas. Nos sentamos en una mesa con gente interesante nuevamente, una pareja en la cual el chico era estudiante del Master's, lugar donde Nacho quiere fervientemente estudiar. Por esa razón, estuvimos prácticamente toda la velada hablando con ellos sobre ese tema. Cómo postular, cómo estudiar y compatibilizar los tiempos estando ahí. Se intercambiaron los teléfonos entre ellos.
Aunque pasamos gran parte de la recepción sentados, todo estaba buenísimo y el hacer la celebración en un hotel le da una magia especial. Nuevamente partimos muertos a casa, pero felices de haber podido compartir la felicidad de nuestros nuevos amigos, ahora esposos. ¡Qué vivan los novios!
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